¿Adónde viajábamos cuando no viajábamos?
Acaricio las hojas de los tantos libros de viajes que tengo en la estantería, mis dedos recorren cada una de las fotografías como si viajaran a miles de km de distancia, ese mundo que ahora parece tan lejano.
Desde pequeña he sido una viajera soñadora o también podría decir que lo de soñar con viajar viene de siempre. En aquellos momentos no existían aún las compañías low cost, no estábamos tan conectados y el contacto con el exterior más allá de las noticias eran aquellos “penfriends” con los que intercambiábamos cartas; y los libros, que han sido siempre ventanas a un mundo por explorar, lugares fascinantes que se veían tan lejanos y algunos aún lo siguen pareciendo, hojas a través de las que asomarse y descubrir, miradores a un mundo exterior e interior, al pasado, al presente y al futuro.
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Otras formas de viajar
Las enciclopedias, ahora ya seres prehistóricos, me abrían un mundo infinito de posibilidades, lugares y animales desconocidos para mí en aquel momento. El mundo parecía un lugar fascinante, y con los años he ido confirmando que realmente lo es.
Los libros me hacían soñar, me describían y descubrían paisajes increíbles, lugares secretos, grandes rutas y un infinito mundo de paisajes y culturas por explorar.
Y aún lo siguen haciendo, son y nunca dejaran de ser, una fuente inagotable de aventuras, vivencias, sentimientos y sensaciones que se añaden inconscientemente a nuestro ser después de cada página, además del duelo tras llegar a la última de ellas.
La música, aquel viejo tocadiscos que aún hoy funciona y gracias al cual, y también sea dicho, a no tener televisión durante el verano, mi mente viajaba por las cuatro estaciones de la mano de Vivaldi, hasta Viena con Beethoven, a Jamaica con los ritmos de Bob Marley, a Liverpool de la mano de los Beatles y por ese mar Mediterráneo que podía ver y escuchar a la vez gracias a Joan Manuel Serrat y que me sigue erizando la piel cada vez que lo escucho. Tantos bailes, tantos kilómetros recorridos y tantos lugares soñados, gracias a la magia de aquellos vinilos que no paraban de girar una y otra vez.
Y el arte, infinito e inabarcable, capaz de transmitir sensaciones indescriptibles y cuya curiosidad por descubrirlo me ha hecho viajar a muchos lugares del mundo. Recuerdo el día en el que en el libro de religión del colegio vi por primera vez el Baldaquino de San Pedro del gran Bernini. “Tengo que ir a verlo”, fueron mis palabras. Y cuatro han sido hasta ahora mis visitas al Vaticano, llegando incluso a pasar la noche al raso, al abrigo de la columnata de la Plaza de San Pedro, y con el cielo estrellado de Roma como único techo, experiencia inviable a día de hoy.
Innumerables obras de arte, esculturas, pinturas, catedrales y edificios que veía en los libros y más tarde pude poner rostro y trazo. Y contemplar embelesada no pudiendo quitar mis ojos de ellas como me pasó con el bello rostro de Nefertiti en Berlín, el Beso de Klimt en Viena, el Cristo de San Juan de la Cruz de Dali en Glasgow; las tan distintas piedades de Miguel Ángel, la conmovedora Piedad del Vaticano y la Piedad Rondanini, hoy en Milán y la última que vieron sus ojos. La última que vieron los míos, la Dama y el armiño de Leonardo Da Vinci en Cracovia.
Y muchas otras obras, incontables, infinitas.
El papel es muy sufrido, dicen, pero da alas a los sueños y nos ayuda a descubrir el mundo
Y así era viajar en un mundo sin internet y en el que subirse a un avión parecía casi una quimera y en estos momentos, de algún modo lo vuelve a ser.
Ahora que viajar es complicado y que hay otras cosas mucho más prioritarias, quizá sea un buen momento para volver a apreciar los valores sencillos. Viajar a través de las páginas de los libros, con las notas y ritmos musicales o a través de los sabores mientras nos dejamos llevar por las especias del mundo. Dejarnos envolver por las historias de los escritores y aventureros que descubrieron lugares fascinantes y recorrieron culturas, paisajes y parajes que aún no habían sido revelados, ojos vírgenes que nos abrieron un mundo.
Y también quizá sea el momento para seguir viajando a nuestro interior, para iluminar con más intensidad los senderos más oscuros que nos acompañan siempre, pero cuyo interruptor nos cuesta encender. Que hagamos como que no los vemos no significa que no estén.
El lujo de viajar
Antes de que el mundo se reseteara de alguna forma, era mucha la gente que no había viajado nunca y que hacer una pequeña escapada les suponía un gran esfuerzo. En ocasiones los viajeros damos por hecho que viajar es lo más común y lo más normal y parece que casi cogemos más aviones que taxis. Pero la realidad no es esa, viajar por muy barato que lo hagamos no deja de ser un lujo, para unos por dinero para otros por tiempo y para otros por salud, porque esta no les permite desplazarse lejos de su ciudad por visitas médicas periódicas, diálisis, tratamientos de quimioterapia y un largo etcétera de circunstancias.
Esto nos tiene que hacer valorar también lo afortunados que somos todos aquellos que hemos tenido la posibilidad de viajar, más o menos, pero viajar. Haber tenido la ocasión de hacerlo es el auténtico regalo.
Esta es una de las razones por las que me siento muy afortunada, por haber tenido la posibilidad de conocer parte del mundo y todo lo que ello me ha aportado. Transformándome como persona y haciéndome mucho más empática, tolerante y sensible. Siempre digo que a mi viajar me ha hecho mejor persona. A mí. No se trata de una fórmula mágica.
El mundo es una gran escuela y viajar enseña, aunque no a todos de la misma forma. Pero no es ni mucho menos la única forma de aprender, explorar y hasta transformarse. Hay muchas otras formas descubrir el mundo y sobre todo de soñar.
Cuando todo esto pase
Hace meses en los que lo más importante es más importante que nunca. Meses en los que la sencilla e inconsciente acción de respirar ha pasado a ser una preocupación consciente y en los que nuestras prioridades deben ser cuidar de nosotros mismos, de los que queremos y de los que nos rodean. Que los muertos dejen de contarse por miles y que quienes cuidan de ellos y de todos, puedan resistir.
En estos momentos en los que quizá hablar de viajes suena frívolo, soñar con ellos nos ayuda a impulsarnos, a pensar en “cuando todo esto pase”, que pasará, aunque el coste vital y emocional será incalculable.
Soñar nos da alas, esperanzas e ilusión, nos motiva y nos empuja. Soñar es la gasolina que hace que funcione el motor de la vida.
Nos aporta ese brillo en los ojos de cuando éramos niños y veíamos aquellas fotos en los libros y decíamos que teníamos que ir a verlo.
Y nos ayuda también a seguir valorando lo realmente importante, todos los regalos que nos hace la vida, respirar cada mañana, el mayor de ellos.
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¿Adónde viajábamos cuando no viajábamos? Sigamos soñando| Enero 2021 | Las sandalias de Ulises
Soy Clara, una viajera emocional e intimista.
Cada viaje es un descubrimiento de una parte de mi, conocer otros lugares y culturas ha sido también una forma de conocerme mejor y crecer como persona. ... y cuando vuelves, ves que todo está igual pero tú ya no eres la misma.
También soy comunicadora de viajes en podcast, radio, televisión, charlas, eventos, y he colaborado en diversos proyectos turísticos.
La vida es el auténtico viaje y lo importante es disfrutar de cada etapa del camino, es por ello por lo que Las sandalias de Ulises es un blog de viajes camino a Ítaca.