¿Los secretos de Cracovia o los míos propios?
Cracovia tiene un don, me abre los ojos y me quita velos, me enseña sus costuras, las que yo no veía, no las suyas, ella lo que tiene son cicatrices, como los valientes.
Faltó una sopa, un té o una postal para verlo, aunque estaba ahí. 13 años entre la primera y la última, pero todas tienen algo en común y es que fue Cracovia la que me lo mostró.
Hay ciudades con poderes mágicos, de sincronicidad, que arrojan luz o alinean los astros. Y sin buscarlo Cracovia me estaba dando otra vez la respuesta. Quizá por eso me guste tanto pasar tiempo a solas con ella.
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Postales desde Cracovia
Las postales, siempre aparecía una postal en escena, en ocasiones llegan, en otras, como en esta, parece que nunca. Perdida entre buzones, estados de alarma y alertas rojas, quizá llegue algún día o quizá se quede para siempre confinada en aquel buzón del color rojo, el mismo que esa alerta recién declarada. Es lo que tienen las pandemias, que lo ponen todo patas arriba, las prioridades lo primero.
Los buzones me parecen objetos mágicos, lugares en los que se depositan los sueños, las ilusiones, los deseos y los anhelos, pero también hojas emborronadas por las lágrimas, los despechos y las despedidas, con la esperanza de ser leídas por sus destinatarios y a la vez con la incertidumbre de si llegará finalmente esa misiva o no lo hará y se las llevará el viento, como hace con las palabras.
Qué casualidad justo ese fin de semana, ahora que se permitía viajar, pero el aeropuerto seguía vacío, ese que ya no volvería nunca a ser el mismo, yo no creo en las casualidades.
La respuesta iba conmigo, pero le faltaba una sola pieza para completar el puzle y esa era Cracovia.
Como en el Alquimista, necesitaba llegar a ella para ver que estaba en mí.
Allí en la oficina de correos del centro comercial de Krakow Główny cuanto ha llovido desde la primera vez que crucé las puertas de esa estación, mientras el bolígrafo se deslizaba por la cara lisa de la postal muy bien sin saber el sentido de aquellas palabras, mi cuerpo comenzó a sentir, como el eureka de las emociones, que algo había cambiado en mí. Cuando mis dedos introdujeron la postal dentro del buzón, supe que ya no había marcha atrás.
Una desafección, el desapego de que esa postal se llevaba consigo las cenizas de aquello, sin prepararlo, sin pretenderlo, sin avisar. La liberadora aceptación había venido en forma postal, otra vez aquel medio pero con distinto resultado.
Cracovia me reconstruye y me ordena, quizá por lo que ha sufrido, me hace ver con quienes no podría compartir batallas, ni tampoco sueños.
Cracovia, ¿la ciudad más bonita de Polonia?
En muchas ocasiones he dicho que había ciudades polacas más bonitas que Cracovia, ella sabe a lo que me refería, no era ella sino el atrezo, esas hordas que en algún momento desdibujaban su esencia y que ahora habían desaparecido por completo.
Hejnal Mariacki
Con las primeras luces de la mañana, en la soledad de la en otros tiempos bulliciosa Plaza del Mercado supe que jamás me lo había tenido en cuenta, me regaló un Hejnal Mariacki que me dibujó una sonrisa y me erizó la piel, los 3°C de sensación térmica no eran en esta ocasión los culpables, sino aquella preciosa melodía de la trompeta que desde la torre más alta de la Basílica de Santa María suena cómo lo hizo el día que los tártaros pretendían invadir la ciudad. La melodía se corta en la misma nota en la que lo hizo aquel día que la flecha tártara atravesó la garganta del joven vigía que avisaba para que se cerraran las puertas de la ciudad, dejando la melodía para siempre inconclusa.
Escuchar el Hejnal Mariacki me provoca una calma difícil de describir, es mágico, como la propia Cracovia.
El otoño en Cracovia
La preciosa capital de la Región de Malopolska estaba especialmente bonita aquellos días, un manto de hojas ocres, bronces y ámbar cubría parques, jardines y cementerios.
Algunas lápidas del nuevo cementerio judío de Cracovia parecían luchar por salir a la superficie, las hojas que caían de los árboles las tapaban prácticamente por completo. Bonita metáfora de la vida.
El otoño dorado lo llaman, tiene un colorido magnético, mi estación favorita en Polonia. La estación del desapego, sin duda los mensajes estaban claros.
La dama y el armiño de Leonardo Da Vinci
Pero Cracovia tenía otro regalo para mí, como si no hubiera sido ya suficiente. En la más absoluta soledad de la sala más oscura del Museo Czartoryski estaba ella, Cecilia Gallerani, esperándome, “La dama del armiño” de Leonardo da Vinci.
Tantas veces en Cracovia y nuestras miradas no se habían podido cruzar aún. La suya, acompañada de una media sonrisa es absolutamente hipnótica.
Inteligente, culta y poliglota Cecilia participaba en las tertulias filosóficas de la corte además de escribir poesía y ser una experta en arte y literatura. La relación con Leonardo Da Vinci fue más allá de este retrato. La joven Cecilia y el artista compartían conversaciones e intereses.
Ella era la amante de Ludovico Sforza, el duque de Milán apodado Ermellino (armiño en italiano) por ser miembro de la orden del Armiño, nombramiento que había obtenido de Fernando I de Nápoles, de ahí que el animal aparezca en el retrato en los brazos de la joven, su favorita hasta su matrimonio con Beatriz d’Este.
El estado polaco compró a la fundación presidida por el príncipe Adam Karol Czartoryski la colección completa del Museo Czartoryski hasta ese momento un museo privado, a un precio simbólico en comparación con el valor real del mercado de cada una de las obras que allí se encuentran, con el objetivo de que estas nunca salgan de Polonia como lo hizo “La dama y el armiño” durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuando fue robada por los nazis y por fin devuelta a Polonia años más tarde.
Salí de aquella sala un tanto aturdida, por fin había podido verla, habían hecho falta 8 visitas a Cracovia, pero cada cosa tiene su momento y este era el nuestro.
Me despedí también de Chopin y de su preciosa nariz, me encanta. Su máscara mortuoria se encuentra en el Museo Czartoryski, su corazón en Varsovia y su cuerpo en París, en el cementerio Père Lachaise.
Me pareció escuchar el aleteo de unas plumas, quizá era mi imaginación, aún seguía desconcertada por aquel encuentro, pero al cruzar las puertas de la siguiente sala del museo, allí estaba la imponente armadura de los húsares alados polacos, una de las mejores caballerías pesadas en la historia que defendieron a la República de las Dos Naciones, el Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania, de invasiones y ataques, entre ellos los del imperio otomano y los del ejército sueco.
A mi mente volvieron de repente los personajes que tanto me atraparon de la Trilogía del Premio Nobel de Literatura polaco Henryk Sienkiewicz. Otro de esos recuerdos mágicos que me estaba regalando Cracovia.
Frente al museo, en el Arsenal, una exposición fotográfica sobre Juan Pablo II, fue mi última parada antes de dirigirme al aeropuerto que lleva su nombre.
Miré el reloj, era hora ya de marcharme. Desde la Puerta de San Florian me despedí de la Basílica de Santa María, mi iglesia favorita de Cracovia que se ve preciosa desde la calle Floriańska. Sin duda las distancias aportan perspectiva.
Próxima parada, Aeropuerto de Valencia, el tren de la vida debe seguir su curso.
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¿Los secretos de Cracovia o los míos propios? | Noviembre 2020 | Las sandalias de Ulises
Soy Clara, una viajera emocional e intimista.
Cada viaje es un descubrimiento de una parte de mi, conocer otros lugares y culturas ha sido también una forma de conocerme mejor y crecer como persona. ... y cuando vuelves, ves que todo está igual pero tú ya no eres la misma.
También soy comunicadora de viajes en podcast, radio, televisión, charlas, eventos, y he colaborado en diversos proyectos turísticos.
La vida es el auténtico viaje y lo importante es disfrutar de cada etapa del camino, es por ello por lo que Las sandalias de Ulises es un blog de viajes camino a Ítaca.