El Castillo Malbork en Polonia
La papelera está ya llena de mapas, folletos y hasta billetes de avión que hoy tiro sin piedad ninguna. No quiero vivir rodeada de papeles, me ha costado algún tiempo ver que los recuerdos son otra cosa. Pero hasta para tirar hay que respetar los tiempos, proceso de desapego lo llaman, pero una vez empiezas, no hay mapa que sobreviva.
Abro la caja verde de la estantería consciente de que su interior no corre por el momento ningún peligro. Al abrir la tapa, allí están ordenadas y metidas en sobres de papel cientos de postales, pocas escritas, excepto las que sigue enviando Michal allá adónde va y que hacen las delicias de la cartera. No todos los días una carta de banco comparte buzón con una postal de Corea de Norte. Si Kim Jong-un se enterara.
El resto de las de la caja, están sin escribir, souvenirs ligeros que fueron compradas con la esperanza de ser escritas algún día o como simples recuerdos físicos, ahora que imprimir fotografías está en desuso.
Algunas de ellas tienen más de 13 años. Cómo las del último sobre de papel, de cuando llegué a Polonia en 2007. Y otras tantas de cuando me fui de allí allá por el 2009. Cómo las de Tarnów. “¿Qué hacías tú en Tarnów?” Una sonrisa se me dibuja en el rostro. Cuantos polacos me habrán hecho esta pregunta con cara de sorprendidos.
“Visitar a una amiga” y abrir el cementerio judío directamente con la llave, pasear por los campos de trigo y visitar el cementerio de la iglesia en plena noche, pero estas cosas las digo para mis adentros, si que yo visite Tarnów suena raro hasta para un polaco, el resto mejor ni comentarlo.
Postales desde Malbork
Junto a este sobre hay otro con un par de postales más, al girarlo se desliza suavemente una de ellas, el precioso castillo de Malbork aparece ante mis ojos reflejado en el río a modo de espejo.
La postal parece pedirme a gritos salir de la caja, el castillo de Malbork no se construyó para estar escondido.
Qué bonito es, ojalá pudieras verlo, ni el rey Vladislao II Jagellón sería capaz de sacarte de allí dentro. El bolígrafo parece hoy tener vida propia, la tinta comienza a correr por el reverso del ladrillo rojo como la sangre del mismo color durante la batalla de Grunwald, el inicio del fin de la orden teutónica.
En absoluto orden y silencio, miles de caballeros teutónicos invaden el patio del castillo de Malbork esperando las palabras del Gran Maestre Ulrich von Jungingen, que serían sus últimas, pero eso él aún no lo sabía. Son tiempos difíciles para los germanos, ni la Virgen María que dio nombre a su fortaleza militar, parece escucharlos.
13 años de contienda serían necesarios para hacerles desalojar el castillo. “Los mismos que he tenido que esperar guardada en esta caja”, parecía estar diciéndome algo enfada la postal.
“Eres un recuerdo demasiado valioso como para compartirte con cualquiera”. El fino cartón destilaba orgullo al escuchar mis palabras y hasta su ladrillo parecía haberse sonrojado más aún.
La Orden Teutónica en el Castillo de Malbork
Qué te voy a contar, es muy probable que conozcas su historia mucho mejor que yo. Su capa blanca con la gran cruz negra bordada iría adquiriendo los tonos marrones cobrizos de la tierra de los campos de batalla y de la sangre derramada. Desde Palestina a Venecia pasando por Transilvania. Y de vuelta a Tierra Santa para comenzar las Cruzadas Bálticas, pero allí entre tratados y batallas Vitautas el Grande no se lo pondría nada fácil a la Orden Teutónica.
Los caballeros teutones no serían los únicos habitantes del castillo, desde el siglo XV al XVIII sería una de las residencias de los reyes polacos. El castillo fue también asediado por las tropas suecas, ya lo irás descubriendo en el “Diluvio”, el segundo libro de la Trilogía polaca de Henryk Sienkiewicz.
Como todo en Polonia, el castillo sufriría graves daños durante la Segunda Guerra Mundial y la invasión nazi, prácticamente un 50% quedó destruido y se llegaría a barajar demoler el castillo por completo. Afortunadamente el derribo no se llevó a cabo y se hizo una reconstrucción total y fiel, gracias a la cual podemos disfrutar hoy en día de esta auténtica joya de la arquitectura medieval defensiva.
Ojalá te lo pueda enseñar algún día, Malbork es un lugar único. Con una superficie de 210.000 m2, es el castillo gótico de ladrillo más grande del mundo. Como disfrutarías contemplando cada una de sus piedras, recorriendo el claustro, la Iglesia de la Virgen María y la Capilla de Santa Ana, tumba de 11 Grandes Maestres, en el castillo Alto; el patio, los refectorios y el palacio de los Grandes Maestres del castillo medio hasta llegar al castillo bajo, con sus múltiples torres; separados los 3 castillos entre sí, como uno y trino, por fosos y torres. Y desde el torreón más alto disfrutar de todo su esplendor. Puedo imaginar el brillo de tus ojos.
Aunque esta sea preciosa, no hay postal en la que quepa el castillo de Malbork completo. Desde el otro lado del río Nogat sentados en la orilla disfrutaríamos de las mejores vistas, de su reflejo en las aguas, tan bello como el del propio Narciso. Sin prisas, deteniendo el tiempo, capturando siglos de historia en una sola mirada.
Cuando todo esto pase, espero que pueda viajar hasta ti esta postal que tengo en mis manos o mejor aún, que el que viajes a Polonia seas tú y puedas descubrir con tus propios ojos la grandeza de la historia del precioso Castillo de Malbork.
Postales desde el Castillo de Malbork | Junio 2020 | Las sandalias de Ulises
Soy Clara, una viajera emocional e intimista.
Cada viaje es un descubrimiento de una parte de mi, conocer otros lugares y culturas ha sido también una forma de conocerme mejor y crecer como persona. ... y cuando vuelves, ves que todo está igual pero tú ya no eres la misma.
También soy comunicadora de viajes en podcast, radio, televisión, charlas, eventos, y he colaborado en diversos proyectos turísticos.
La vida es el auténtico viaje y lo importante es disfrutar de cada etapa del camino, es por ello por lo que Las sandalias de Ulises es un blog de viajes camino a Ítaca.