Cuando dormí en una casa albanesa, la Albania rural
El canto constante del gallo me obligó a abrir un ojo, eran las 5:30 de la mañana, por la ventana entraba ya un sol radiante, pero me negaba a levantarme aún, con lo calentito que se estaba en la cama, me tapé la cabeza con las mantas y gallo mediante, conseguí volver a dormirme aunque él seguía a lo suyo, al fin y al cabo, era su territorio y no el mío, pero estoy segura de que él no contaba con mi facilidad para volver a dormirme.
La mujer de la casa estaba preparando el desayuno, podía oír el sonido del aceite saltando en la sartén, las gallinas habían puesto huevos y el desayuno pintaba tan fresco como sabroso.
Después de una reconstituyente ducha caliente, me senté junto a la ventana de la cocina, el olor a pan casero tostado lo envolvía todo, no sé qué me pasa con el pan que me vuelve loca, no me puedo resistir a ese perfume, digo olor, que me embriaga. La mujer cortó un pedazo de pan con las manos y el sonido crujiente y tierno al mismo tiempo, provocó en mí los mismos efectos que el sonido de la campana en el perro de Pavlov, se me hizo la boca agua automáticamente. Huevos fritos con pan, que delicia de desayuno.
La cocina-chimenea calentaba toda la estancia, fuera hacía un sol radiante, pero hacía bastante frío, la primavera no había llegado aún a Elbasan aunque las flores ya habían empezado a brotar pintando de colores los paisajes junto a la carretera, de rosas, blancos y amarillos y el verde intenso ya había empezado a aparecer, aunque las montañas más altas aún estaban cubiertas por un gran manto blanco, era una estampa de postal. Que imponentes son las montañas en Albania y que bonitas se ven en esta época del año, el paisaje albanés es hipnótico en cualquier época del año.
Con una enorme sonrisa la mujer me sirvió el té en una gran jarra de cristal, unas pocas hierbas sueltas parecían querer danzar en el fondo del vaso, me hubiera gustado saber la melodía que estaba guiando sus movimientos.
El plato ya estaba en la mesa, pero los huevos no estaban solos, junto a ellos un gran corte de queso blanco, el queso, otra de mis pasiones y en Albania abunda casero y de la mejor materia prima, de vaca y de las cientos de cabras y ovejas que había estado viendo durante todo el camino. Y corriendo como una lengua de lava por uno de los laterales del plato, la mermelada, también hecha por ella, igual que el esponjoso pan, me sirvió más mermelada en una gran cuchara sopera, hacía tiempo que no comía una mermelada tan buena, a mí me no me gusta la mermelada, ¡o eso creía yo, claro! La mermelada casera es otra cosa.
Cogió la cuchara y la devolvió al gran bote de cristal que aún estaba medio lleno. Aquel frasco era una fuente inagotable de este delicio manjar.
Cogí los cubiertos y se hizo el silencio más absoluto en la cocina, mis papilas gustativas estaban de celebración y no querían distracciones, querían disfrutar del momento, que yo sabía, tan bien como ellas, que era único. Hay cosas en la vida que no se repiten jamás y hay que saborearlas al máximo.
Mis calcetines acariciaban la alfombra, que suave pero gruesa aislaba del frío suelo, me levanté de la mesa y me acerqué de nuevo a la ventana, las gallinas correteaban y el gallo seguía marcando su territorio.
La noche anterior el lugar parecía otro completamente distinto, reinaba el silencio más absoluto y el cielo estrellado se veía con total claridad, como en las noches de verano junto a la playa, aunque la temperatura exterior era completamente distinta, esta vez el frío invitaba a acurrucarse junto a la chimenea o a envolverse en una cálida manta, pero antes me esperaba la cena, tan deliciosa y casera como lo estaba siendo el desayuno.
En la mesa tren grandes fuentes, una con queso caliente, acompañado de una cuchara para servirlo, en otra tortas de pasta hojaldrada con huevo en su interior, la tercera era una gran fuente de ensalada y había otro plato lleno de gruesos pedazos de pan, ¡Ay el pan albanés! con su consistente miga blanca, cuidado si estás frente a él y te dejas llevar, que sacia como pocos, pero te aseguro que correr el riesgo vale mucho la pena, es de esos panes que no se olvidan fácilmente.
La que iba a ser mi cama esa noche estaba cubierta por varias pesadas mantas, la fina cortina de la ventana junto al cabecero me hacía intuir que no me haría falta el despertador, el sueño comenzó a apoderarse de mi cuerpo, me deslicé por entre las frías sábanas, me acurruqué como un lirón y cerré los ojos.
El canto insistente del gallo me sacó de mi profundo sueño, la noche había pasado en un abrir y cerrar de ojos.
Encanto de la Albania rural en pura esencia.
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Cuando dormí en una casa albanesa, la Albania rural | Marzo 2022 | Las sandalias de Ulises
Soy Clara, una viajera emocional e intimista.
Cada viaje es un descubrimiento de una parte de mi, conocer otros lugares y culturas ha sido también una forma de conocerme mejor y crecer como persona. ... y cuando vuelves, ves que todo está igual pero tú ya no eres la misma.
También soy comunicadora de viajes en podcast, radio, televisión, charlas, eventos, y he colaborado en diversos proyectos turísticos.
La vida es el auténtico viaje y lo importante es disfrutar de cada etapa del camino, es por ello por lo que Las sandalias de Ulises es un blog de viajes camino a Ítaca.