Paisajes de un otoño interior, colores y cuervos
Llegó el otoño y con él empiezan a secarse los sueños del verano, a caer y dejarse arrastrar por el viento todas aquellas cosas de las que el sol y la arena pudieron haber sido testigos y quizá nunca llegaron a ser, esos castillos en el aire o en la arena que las olas se llevaron para siempre.
El otoño nos devuelve a la cruda realidad, en la que todo es perecedero y nada dura eternamente. La estación del desapego, la que nos muestra la necesidad soltar y dejar caer todo aquello que va oscureciendo nuestras ramas, para así cuando los fríos del alma pasen, renacer y que brote desde nuestro interior la más bella de las primaveras. Dejar espacio para todo lo que está por venir.
En otoño la naturaleza se vuelve intimista y reflexiva, muta y se transforma, sus verdes paisajes comienzan a tornarse ocres, marrones y dorados, incorporando notas rojizas, bronces y carmesí, tantas tonalidades como en la más hipnótica de las acuarelas. El pantone del otoño es tan bello como inabarcable como lo son los procesos de transformación interna que nos muestran todos nuestros colores y matices, los claros y los oscuros, los perennes y los caducifolios.
En otoño los árboles dejan caer las hojas ¿Y tú que vas a soltar?
La tentación de dejarse llevar por los anhelos de primavera es muy grande, pero entonces corremos el riesgo de perdernos una de las estaciones más bonitas del año.
Para Vivaldi las cuatro eran igual de hermosas, hasta que el Concerto n.º 3 en fa mayor, Op. 8, RV 293 no acabe, no comenzará el número 4. El paso del tiempo nos hará llegar al invierno, al verano y a la primavera, pero la vida es lo que pasa mientras esperamos a que llegue la siguiente estación.
Dejemos que el viento se lleve las hojas que un día brillaban en un verde intenso con la luz del sol y hoy están secas y quebradizas, mirémoslas con agradecimiento y permitamos que la brisa del otoño les haga volar lejos, para que su crujido no nos impida escuchar nuestra propia voz, esa que nos habla desde el interior. Solo el silencio y la calma nos permitirán reconocernos y estar preparados para recibir todo lo que vendrá.
Hoy te hablamos de...
Otoño de oro en Polonia
Y fue allí donde me enamoré del otoño, en Polonia, no podía ser en otro lugar. Donde pude vivir todo su esplendor y su ocaso con las primeras nieves, donde montañas de hojas crujían bajo mis pies a cada paso. “Złota jesień”, otoño de oro lo llaman, parece imposible definir de forma más bella ese momento en el que el gran manto dorado lo cubre todo, pura poesía.
Momiji, el otoño en Japón
En Japón hay dos momentos del año en los que la naturaleza se pone sus mejores galas para mostrar su belleza, tan maravillosa como efímera. Una es cuando florecen los cerezos y la otra es cuando las hojas se tiñen de rojo, el Momiji.
Nikko me tenía preparados muchos regalos y uno de ellos fue poder ver el Momiji, un rojo intenso abriéndose paso entre hojas verde mate, amarillas y anaranjadas. Un fenómeno tan magnético como indescriptible, en un marco incomparable, junto a templos, cascadas y los tres monos sabios.
Otoño en Bled, Eslovenia
Con la entrada del otoño los paisajes de postal de Eslovenia parecen ahora sacados de un cuento de hadas.
La calma y el sosiego se apoderan del lago Bled, que refleja como un espejo el otoño en todas sus tonalidades. Una escena absolutamente hipnótica.
Nueva York en otoño
Dicen que la Navidad es la época más mágica del año para viajar a Nueva York, mi favorita es el otoño. El sol ya no calienta tanto el asfalto y Central Park comienza a mudar las hojas preparándose para la llegada del frío invierno, las pistas de hielo y las luces navideñas, no sin antes regalarnos una bella gama de naranjas y rojizos. Otoño en Nueva York, título de drama romántico.
Otoño en Zagreb
Como si se tratara del Puente japonés de Monet, la capital de Croacia gana en matices con la llegada del otoño. El jardín botánico de Zagreb nos regala estampas que parecen un óleo sobre lienzo que hubiera enamorado al pintor impresionista tanto como lo hizo el jardín de su casa en Giverny.
San Marino en otoño
La belleza de la Serenísima República es innegable en las cuatro estaciones del año. Desde su castillo que parece flotar entre las nubes, si las mismas lo permiten, se divisa hasta el mar Adriático. Y en otoño las hojas de los árboles enmarcan cada una de sus torres ofreciendo una estampa que parece sacada del más bello de los cuentos.
El otoño y su fauna
Con la llegada del otoño no solo la flora se transforma, algunos animales se preparan para hibernar, mientras que para otros es tiempo de cortejo. Al colorido de las hojas se añade ahora el sonido de la berrea.
También son muchas las aves que migran en busca del calor y en cambio los cuervos hacen su aparición abandonando sus nidos.
El cuervo y su simbología
El negro brillante de su plumaje refleja la presencia de sus misterios, sin dejarnos penetrar en ellos, como un escudo azabache. Aves inteligentes y seguras de sí mismas, según la Biblia son símbolo de malos augurios, en cambio en la cultura nórdica el cuervo lo es del pensamiento, la memoria y la sabiduría, y eran siempre dos los que acompañaban al dios Odín. Para el budismo los cuervos significan protección, del mismo modo que lo son para la monarquía británica los cuervos de la Torre de Londres.
Los cuervos tienen conciencia de sí mismos y de quienes les rodean, y jamás olvidan una cara. Notan la presencia de la muerte y cuando están frente a ella, necesitan esclarecer su causa y en ocasiones hasta llorarla. Se reúnen en grupos alrededor del cuerpo para recopilar información, ponerla en común y aprender a protegerse de los peligros que les acechan.
El cuervo es también el arquetipo de la sombra, de la nuestra, de nuestro lado oscuro, de los miedos y de los egoísmos que habitan en nuestras tinieblas.
Relacionado con el simbolismo de la psique, solo iluminando esta otra mitad podemos conocernos de verdad, integrando nuestra sombra en nuestra personalidad para hacerla consciente enfrentándonos así a nuestros miedos y a nuestros egoísmos.
Solo sacándola a la luz accederemos a todo nuestro ser, a nuestra propia sabiduría, la de la luz y la de la oscuridad. Esa misma sapiencia que el cuervo representa.
No solo somos verano con su olor a mar y su cálido sol, y primavera en la que las flores brotan por doquier, también somos fríos y oscuros inviernos, y largos, dorados e intimistas otoños.
Somos luz y oscuridad, tristeza y alegría. Somos jilgueros cantando animadas melodías, pero también cuervos guardando nuestros propios secretos.
Aunque solo el espíritu del Ave Fénix nos hará renacer resilientes de nuestras propias cenizas.
Mientras, dejemos que las hojas secas caigan y vuelen con el movimiento de nuestros pasos mientras seguimos nuestro propio camino.
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Paisajes de un otoño interior, colores y cuervos | Octubre 2020 | Las sandalias de Ulises
Soy Clara, una viajera emocional e intimista.
Cada viaje es un descubrimiento de una parte de mi, conocer otros lugares y culturas ha sido también una forma de conocerme mejor y crecer como persona. ... y cuando vuelves, ves que todo está igual pero tú ya no eres la misma.
También soy comunicadora de viajes en podcast, radio, televisión, charlas, eventos, y he colaborado en diversos proyectos turísticos.
La vida es el auténtico viaje y lo importante es disfrutar de cada etapa del camino, es por ello por lo que Las sandalias de Ulises es un blog de viajes camino a Ítaca.