Los guantes y el viaje de la vida, más allá del frío
No me quise llevar tus guantes gruesos y rellenos a Chicago, esos que me regalaste aún no sé muy bien porqué. Me debatía entre llevarlos y llevarte conmigo o dejarlos para no perderlos.
¿Existe el conservadurismo premonitorio?
Me llevé en cambio las manoplas que compré en aquel mercado callejero de Irkutsk, a -30°C, lo que podríamos llamar una compra de primera necesidad, a punto de desmontar la tienda y con la sola iluminación de una farola, mis manos agradecieron esa rapidísima decisión lo inimaginable.
No sé por qué, tampoco me quise llevar al invierno ruso mis manoplas polacas, la que hubiera sido la mejor de las opciones. Las compré a la entrada del mercado que ya no existe y que se ubicaba a los pies del Palacio de Cultura de Varsovia, mi amor platónico. Una oscura tarde de invierno previa a Navidad. Las más abrigadas que he tenido jamás y que me acompañaron durante mis inviernos polacos. Tener frío en las manos a temperaturas bajo cero no es un asunto baladí.
Las manoplas son la mejor opción para protegerse las manos del frío intenso, ya que permiten que el aire circule por entre los dedos y los caliente mucho más eficientemente que unos guantes, si además llevas unos finos debajo, la protección contra el frío ya es completa.
Qué difícil equilibrio, dar calor y dejar espacio, estar siempre unidos y separados a la vez. Que fascinante puede llegar a ser una prenda de vestir.
En el cementerio de Graceland, en Chicago, entre lagunas congeladas, nieve y panteones, la perdí, en busca de la tumba de Mies Van der Rohe, la manopla de la mano derecha. Faltaban 5 minutos para el cierre del conocido como el Cementerio de los arquitectos y una de las manoplas siberianas encontró allí su descanso eterno, como muchos otros lo hicieron antes, dejando a una de mis manos huérfana y fría.
Eran blandas y cómodas, y cabían en cualquier bolsillo, quizá por ese mismo motivo fueron las elegidas para ese viaje y por esta razón también una de ellas se deslizó sigilosa y discreta sin que me diera cuenta, dejando una parte de mí en aquel camposanto.
Curioso, los guantes, sus vidas y sus aventuras.
Camino de la estación de tren en el inicio de aquel viaje a Navarra, el último de una etapa, perdí un guante de mi par favorito, los granates de pelo y piel comprados en Cracovia. Nunca he tenido otros tan bonitos, elegantes y cómodos. Me encantaban y aquello me dolió, las pérdidas siempre duelen de alguna forma.
Mismo modus operandi que los rusos, deslizarse suavemente por el bolsillo para perderse entre la multitud.
Qué guantes tan viajeros, todos ellos, bueno, todos no, algunos aún no han salido de su zona de confort, están esperando el momento perfecto para salir, ese día en el que todo combine a la perfección, cuando no se vayan a manchar, a perder, o a ensuciar… no quieren correr riesgos.
Quizá te suene todo esto.
¿Para qué quieres unos guantes sino para ponértelos?
La respuesta más sencilla es siempre la correcta.
Yo que nunca pierdo nada, volvía a perder otro guante.
“Puedes llamar y venir mañana” – me dijo el responsable de cerrar el cementerio de Chicago. Le di las gracias consciente de que no volvería. Del mismo modo que no encontré la tumba de Mies Van der Rohe, asumí que la misma suerte correría mi manopla derecha. Así es la vida, hay que aprender a que hay cosas que se pierden y no se recuperan jamás.
La nostalgia por esta pérdida, a pesar de que mis dedos notaban las bajas temperaturas, fue menor que la de mi guante granate, consecuencias de la madurez imagino. Tras aquel primer guante solté muchas cosas más, sería la primera de muchas y asumí que lo que no sale del cajón no puede perderse, del mismo modo que si nunca arriesgas nunca pierdes pero tampoco ganas.
No puedes perder un guante en un cementerio de Chicago si no viajas a Chicago.
¿De qué se hablará en el cajón de los guantes? ¿Y en qué idiomas?
-“Yo acaricié el Baikal congelado” – dirá la manopla solitaria.
– “Yo contemplaba el precioso castillo de Wavel colgado desde mi puesto en plena calle mientras las hojas del otoño volaban a mi alrededor” – apuntará el granate.
– “Ambos sabemos lo que es sobrevivir a la pérdida ¡y al frío invierno!”
– “Y nosotras” – dijeron las manoplas polacas al unísono.
– “y cumplir sueños” -respondió la viuda siberiana
– “¡Y nosotros!” – su acento italiano era inconfundible, como su color, naranja intenso. Tan poco abrigados, ¡quién se compra unos guantes de piel con agujeros! como delicados, tal y como eran las pinzas de madera que se utilizaron para abrirlos en esa tienda de guantes de Roma, toda ella un regalo para la vista, como haber sido testigo unas pocas horas antes de la Fumata blanca en la Plaza de San Pedro, un sueño hecho realidad. Presentes de la vida, el tiempo presente el mayor de ellos.
Solitarios aventureros, compadecidos pero en el fondo envidiados por aquellos guantes que nunca salieron del cajón, más que para pasearse una tarde de invierno y volver a colocarse ordenadamente a la espera de no saben muy bien qué.
¿Y cómo se presenta este invierno? Preguntaron los verdes, granates y grises, esos tres pares comprados en Kyiv en busca de pareja sustituta para aquel malogrado polaco.
“No lo sabemos”- contestaron los Calvin Klein negros y grises comprados en el Century 21 de Manhattan, que ha cerrado sus puertas para siempre. Los outlets más famosos de Nueva York sobrevivieron al 11 de Septiembre pero no a la pandemia, como muchas otras cosas.
“Nadie lo sabe” – continuaron – “y menos nosotros, ¡Qué van a saber de la vida unos guantes! Estaremos siempre a la vista, listos para la aventura asumiendo el riesgo de que nuestra suave piel pueda sufrir un rasguño o un arañazo, cicatrices de la vida, las que tienen los que la viven plenamente.
¿Y los tuyos, que harán?
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Los guantes y el viaje de la vida, más allá del frío| Octubre 2020 | Las sandalias de Ulises
Soy Clara, una viajera emocional e intimista.
Cada viaje es un descubrimiento de una parte de mi, conocer otros lugares y culturas ha sido también una forma de conocerme mejor y crecer como persona. ... y cuando vuelves, ves que todo está igual pero tú ya no eres la misma.
También soy comunicadora de viajes en podcast, radio, televisión, charlas, eventos, y he colaborado en diversos proyectos turísticos.
La vida es el auténtico viaje y lo importante es disfrutar de cada etapa del camino, es por ello por lo que Las sandalias de Ulises es un blog de viajes camino a Ítaca.