La Viena de Beethoven
Escucho una suave melodía, aún medio dormida abro los ojos, la luz se cuela por entre las gruesas cortinas de terciopelo verde. La música sigue sonando, ¿Fidelio? Diría que es la obertura, hasta cuatro versiones compondría Beethoven de ella.
Parece que ya es hora de despertarse, me levanto de la cama y corro las cortinas, frente a mí, detrás del cristal veo a Papageno con su flauta rodeado por los espíritus infantiles de La flauta mágica, figuras estas que coronan la antigua entrada principal del Teatro an der Wien. Despertarse con estas vistas no tiene precio.
Abro la ventana para comprobar si la música proviene del Teatro, aquella sería una de las tantas casas en las que viviría Beethoven y allí se estrenaría, en la versión en tres actos, “Leonora”, su única ópera que más tarde pasaría a llamarse Fidelio.
No, el pequeño apartamento del teatro en el que vivió el genio de Bonn ya no existe y la música tampoco viene de allí, es el hilo musical del Hotel Beethoven, donde me alojo.
Cierro la puerta de la habitación, cada una de ellas está dedicada a un escritor austríaco, como me hubiera gustado dormir en la de Stefan Zweig. Bajo las escaleras, en el pequeño comedor hay un precioso piano de cola negro y un gran ventanal desde el que se contempla aún mejor el teatro. Me siento en el sofá y tras darle un sorbo al café cierro los ojos, está sonando el “Coro de prisioneros”, una oda a la libertad, no puedo evitar que se me erice la piel, qué valiente fue Leonora.
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251 Aniversario de Beethoven
Ludwig van Beethoven nació en la ciudad alemana de Bonn hace ahora 251 años, pero pasaría gran parte de su vida en Viena, allí desarrollaría su carrera musical, nacerían sus grandes obras y finalmente moriría. ¿Morir? Beethoven no murió nunca, su música lo convirtió en eterno e inmortal.
En Viena, en la capital de la música, su herencia sigue muy presente y más aún este año en el que se celebra una fecha tan especial, múltiples exposiciones y conciertos nos acercan más al compositor y a su legado.
Beethoven tuvo una infancia dura, su padre, músico también, era alcohólico y quería que su hijo se convirtiera en un pequeño Mozart, le hacía tocar sin descanso y lo despertaba a altas horas de la madrugada para exhibir su talento delante de sus amistades, también ebrios, después de largas noches de borrachera. Desde muy joven Ludwig conocedor de su talento supo que tendría que hacerse cargo de su familia, esto, además de su delicada salud, forjaría su fuerte carácter.
El compositor tenía previsto estudiar en Viena bajo la tutela de Mozart, pero una vez allí, informado del delicado estado de salud de su madre tuvo que volver a Alemania de nuevo. El panorama en su casa era desolador, pudo despedirse de su madre, pero el alcoholismo de su padre era tal que decidió permanecer en Bonn algún tiempo para sacar a sus hermanos adelante.
Años más tarde llegaría de nuevo a Viena, donde permanecería el resto de su vida, 35 años más, los mismos que tenía Mozart cuando murió y al que no se sabe a ciencia cierta si Beethoven llegó finalmente a conocer.
En Viena el compositor contó con el patrocinio de la corte y la nobleza, nadie quería que ocurriera con el joven de Bonn lo mismo que con Mozart, que muriera prácticamente en la pobreza. Mecenas y protectores se aseguraron de que no le faltara de nada y pudiera componer, aunque sus ansias de independencia le acarrearan alguna que otra discusión, no permitía a estos inmiscuirse en su trabajo.
Viena fue definitivamente su hogar, aunque casas pasaría por muchas más, necesitaba privacidad para crear y que su trabajo no se viera interrumpido ni por protocolos sociales, ni por vecinos curiosos. Beethoven cambió más de 60 veces de casa durante el tiempo en el que vivió en la capital austríaca, con lo es que casi tan común encontrar una casa en la que viviera el compositor como un café vienés. Algunas de ellas son hoy museos y se pueden visitar, acercándonos más así a uno de los más grandes compositores de la historia de la música.
El Museo Beethoven en Heiligenstadt
Cogí el tranvía D, sentada en sus asientos aún de madera comenzó mi viaje a una Viena totalmente distinta, el mismo recorrido que haría Beethoven en una de sus múltiples mudanzas, hasta uno de los barrios más verdes y encantadores de Viena, Heiligenstadt, en su día una estación balnearia a las afueras de la ciudad.
Allí rodeado de bosques y naturaleza encontraría Beethoven la inspiración para seguir componiendo. El sonido de los pájaros, el de las hojas, la brisa, el viento y las tormentas que él plasmaría en sus partituras, convirtiéndolos en música.
Sonidos que poco a poco se irían haciendo más y más débiles hasta desaparecer por completo, la sordera irreversible de Beethoven avanzaba irremediablemente hacia su triste final.
Allí el compositor escribiría también el conocido como el Testamento de Heiligenstadt. Una carta desgarradora dirigida a sus hermanos y que nunca llegaría a enviar, en la que con desoladoras palabras les expresa el dolor y el sufrimiento que le causa su sordera y el despiadado destino que le espera. No hay mayor crueldad para un músico que no oír.
“Solo mi arte me ha impedido suicidarme” les dice a sus hermanos. A pesar de su sordera total nunca llegaría a quitarse la vida. Moriría 25 años después de haber escrito esta carta.
Beethoven en ocasiones era tildado de antipático y misántropo, “¡qué injustos sois!”, decía en su carta. Su carácter difícil e introvertido se debía en gran parte al sufrimiento que le acarreaba su sordera además de sus muchos otros problemas de salud, tan sensible y delicada como su propia música.
El Museo de Beethoven se ubica en el que fuera en su día uno de sus domicilios, una preciosa casa con un patio interior y un amplio jardín en el que hoy se puede escuchar su música, en contacto con la naturaleza, tal y como lo sentía el propio Beethoven. El recorrido por las estancias nos muestra cada una de las etapas por las que pasó el compositor y como hacía frente al avance de su sordera, llegando a componer sin oír nada en absoluto, con los sonidos y las notas solo en su cabeza.
Sabedor de su talento, su genialidad sobrepasó con creces a su infortunio, aunque el camino fuera para él un auténtico calvario.
No esperaba que aquella casa me calara tan profundamente, un lugar tan bucólico, en el que los sonidos de la naturaleza solo eran interrumpidos por las campanas de la iglesia y ver a través de sus ventanas los mismos paisajes de los que disfrutaba Ludwig van Beethoven, pero al mismo tiempo sentir tan de cerca su dolor y su sensibilidad, empatizar con su angustia que le marcó durante toda su vida y que solo encontró salvación en la música.
Dejé la idílica vivienda de Probusgasse 6 para dirigirme, no muy lejos a otro de los lugares en los que también vivió Beethoven, a escasos 200 metros de distancia.
Taberna Mayer am Pfarrplatz
Esta taberna de vinos es uno de esos sitios encantadores con los que sueñas en un día de verano, que transmiten historia, calma y sabor auténtico por partes iguales. En aquel patio al aire libre cubierto por grandes sombrillas verdes y parras de un color aún más intenso, disfruté de la comida en soledad como hacía tiempo que no lo hacía. Mientras la brisa veraniega acariciaba mi rostro una sonrisa cada vez más grande se iba dibujando en mis labios, me sentía tremendamente afortunada. En aquel poético lugar había vivido también Beethoven y probablemente hubiera degustado aquellas mismas setas, acompañadas seguramente por un vino de la casa, considerado como el mejor vino vienés en Heiligenstadt desde el siglo XVII
Casas de madera a un lado y grandes espacios verdes al otro custodiaban mi camino de vuelta, por allí paseaba el genio en busca de inspiración. Con espíritu totalmente renovado volví a coger el tranvía de nuevo en dirección al centro de Viena.
Pasqualatihaus
Situada en Mölker Bastei 8, la Pasqualatihaus, fue una de las casas en las que viviría el compositor de forma intermitente. Buscando siempre la tranquilidad para componer, Beethoven disfrutó especialmente de las preciosas vistas que ofrecía el apartamento. Perteneciente a su mecenas Johann Baptist Freiherr de Pasqualati, allí fue donde Beethoven compuso Fidelio, su única ópera.
Esta casa es hoy un museo donde podemos encontrar objetos personales del compositor alemán y otro de los tantos lugares de peregrinación para sus admiradores.
Restaurante Ludwing Van
En otra de las múltiples casas en las que vivió Beethoven, en Laimgrubengasse 22, es hoy un restaurante de cocina austríaca del más alto nivel, el Ludwing Van.
Aquí desde su apartamento con patio Beethoven trabajó en la Missa solemnis, en su 9ª Sinfonía y en la Sonata para piano en Do menor, Op. 111.
Más allá del compositor la experiencia gastronómica de este lugar es exquisita.
Sala heroica del Theatermuseum
Son muchas las huellas que Beethoven dejó en la ciudad de Viena. Muy cerca del Museo Albertina se encuentra otro de esos sitios especiales en la carrera musical del compositor, el que es hoy el Museo del Teatro. Allí en la Sala Heroica, Beethoven dirigió el estreno privado de su Sinfonía n°. 3 (Heroica) para su mecenas, el príncipe Franz Joseph Maximilian Lobkowitz.
Heroica estuvo en un principio dedicada a Napoleón Bonaparte a quien Beethoven admiraba mucho por sus ideales. Cuando el corso se autocoronó emperador, el compositor se disgustó y se decepcionó tanto que arrancó el nombre de Napoleón de la partitura.
La estatua de Beethoven en la Beethovenplatz
Pero el recorrido por la Viena de Beethoven no acaba ahí ni mucho menos, camino del Stadtpark, el gran parque en el que el río Wien sale a la luz y donde la música de Johann Strauss se escucha casi cada noche desde que este diera en el Kursalon su primer concierto, se encuentra la estatua de Beethoven. Frente a la Wiener Konzerthaus, sentado y con expresión pensativa, probablemente inmerso en sus pensamientos, o en sus composiciones, esa mueca tan característica de su rostro, esa expresión sombría como le diría Joseph Haydn un día, le acompañaría durante toda su vida y hasta en su lecho de muerte, tal y como ha quedado reflejado en su máscara mortuoria.
Tumba de Beethoven y su muerte en Viena
Ya completamente sordo, el resto de sus males físicos tampoco dieron tregua al genio, solo se relacionaba con sus íntimos amigos y en los últimos días permaneció inmóvil en cama, llegando a entrar en coma. Aquel 26 de marzo de 1827 el cielo de Viena parecía saber que el final del compositor estaba cerca y totalmente cubierto anunciaba tormenta. Un relámpago iluminó por completo la estancia, en aquel momento Beethoven abrió los ojos levantó la mano derecha con el puño cerrado y expresión amenazadora, cerró los ojos y dejó de respirar para siempre.
Su muerte conmocionó a la sociedad vienesa, Beethoven era tan admirado que más de 20.000 personas acudirían a su funeral, fue el sepelio más multitudinario de la época.
Ludwig van Beethoven sería enterrado como la estrella de la música que fue, en el cementerio del pueblo de Währing, hoy ya un barrio de Viena, pero unos años más tarde sería trasladado al Cementerio Central de Viena, a la sección de los músicos, junto a Franz Schubert que pidió descansar para siempre junto a él.
Friso de Beethoven de Gustav Klimt
Escuchar la música de Beethoven provoca sensaciones indescriptibles, cada una de sus notas se siente, se respira y hasta se ve.
Y esto se vive muy intensamente en el Pabellón de exposiciones de la Secesión vienesa, allí se encuentra una de las obras maestras de Gustav Klimt. El artista modernista austríaco quiso rendir su particular homenaje al compositor alemán pintando el Friso de Beethoven.
Gustav Klimt era pura genialidad, cada una de sus creaciones son magníficas obras de arte sin excepción. Pintado directamente sobre la pared, este precioso friso se encuentra en uno de los edificios más importantes del modernismo vienés y allí viví una experiencia de las que difícilmente se olvidan.
Desde principios de 2020 este espectacular mural de Gustav Klimt además de verse, puede escucharse.
Mientras mis ojos recorrían los blancos de las figuras femeninas y acariciaban los toques dorados del caballero apoyado por la ambición y la compasión en “El anhelo de felicidad”; mi piel comenzaba a erizarse al ritmo de la música con la presencia de la enfermedad, la locura y la muerte acompañadas por la lujuria, la impudicia y la desmesura en “Las fuerzas enemigas”; notaba como mi corazón se iba acelerando bombeando la sangre intensamente al ritmo el 4º Movimiento de la Sinfonía nº 9, interpretado por la Sinfónica de Viena como el coro de ángeles que aparecía ante mí en el muro del Himno de la Alegría finalizando con una pareja fundida en un pasional beso como símbolo de felicidad y amor puro.
Toda la piel de mi cuerpo estaba completamente erizada y una lágrima comenzó a caer por mi mejilla…
Es imposible describir con palabras lo que sentí en aquel momento.
Con el final de la Novena Sinfonía el Kärntnerthor rompió en aplausos, era el 7 de mayo de 1824 y un Beethoven totalmente sordo volvía a aparecer en escena para su estreno.
El compositor le había puesto música a la Oda a la alegría del poeta alemán Friedrich von Schiller y era la primera vez que se incluía la voz humana en una obra sinfónica. Las paredes del Teatro de la Corte Imperial, que hoy ya no existe, comenzaron a vibrar, aplausos, pañuelos y hasta lágrimas de emoción, nunca se había vivido nada parecido.
Beethoven de espaldas y sin poder oír nada en absoluto era ajeno a todo este delirio que él había provocado, hasta que una de las solistas le tocó el brazo para que se girara, el éxtasis del público era total.
No hay pieza más universal que la Novena Sinfonía de Beethoven. Fue interpretada por ambos bandos en la Segunda Guerra Mundial, es el Himno de la Unión Europea y en 2001 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Beethoven nació en Bonn, desarrolló su carrera musical en Viena, pero pertenece a la humanidad entera.
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La Viena de Beethoven | Julio de 2021 | LAS SANDALIAS DE ULISES
Soy Clara, una viajera emocional e intimista.
Cada viaje es un descubrimiento de una parte de mi, conocer otros lugares y culturas ha sido también una forma de conocerme mejor y crecer como persona. ... y cuando vuelves, ves que todo está igual pero tú ya no eres la misma.
También soy comunicadora de viajes en podcast, radio, televisión, charlas, eventos, y he colaborado en diversos proyectos turísticos.
La vida es el auténtico viaje y lo importante es disfrutar de cada etapa del camino, es por ello por lo que Las sandalias de Ulises es un blog de viajes camino a Ítaca.