Viajar también era esto, “daños colaterales”
¿Qué es viajar?
Según la RAE viajar es:
“Trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción.”
Según la escritora Lisa St. Aubin de Teran
“Viajar es como flirtear con la vida. Es como decir, “Me quedaría y te querría, pero me tengo que ir: esta es mi estación”.
Según el escritor Hans Christian Andersen
“Viajar es vivir”
Y para ti ¿Qué es viajar?
Viajar es contemplar un atardecer, bañarse en las aguas cristalinas de una playa paradisíaca, disfrutar de un paisaje espectacular… pero viajar es también descubrir, emocionarte, llorar, implicarse, empatizar y sufrir. Sufrir cuando aquellos a los que has conocido sufren. No mirar hacia otro lado, porque ello y ellos ya forman parte de ti, de tu lado, de tu camino y de tu vida.
Ya no hay marcha atrás.
Hoy te hablamos de...
¿Qué son los daños colaterales?
El término “daños colaterales” fue acuñado por el ejército de los Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam, y se empezó a utilizar por los medios de comunicación durante la Guerra del Golfo Pérsico en 1991, para hacer referencia al asesinato de civiles inocentes como resultado de una operación militar. La destrucción de un objetivo militar que se lleva consigo la vida de personas indefensas y totalmente ajenas al conflicto.
Un eufemismo perverso, que aparenta ser técnicamente válido, una consecuencia “inevitable” para alcanzar “un fin superior”, ese fin que siempre justifica los medios, aunque estos se lleven por delante vidas inocentes.
Viajar es esto también
“Clara, viajar es esto también”, me decía hace tiempo Carlos el Viajero en relación al rescate de Fátima, la única guía turística de Afganistán
“Estas cosas que nos afectan tanto son producto de las vivencias y empatías generadas en nuestros viajes. Y que llevamos a nuestra vida a diario y que nos hace mejor personas.”
No se me ocurren mejores palabras para definirlo que las suyas propias, y hoy, entre lágrimas, las recuerdo más que nunca.
Viajar también duele
Hoy tocaba cambio de armario, el calor ha llegado tan de repente que me ha pillado por sorpresa, la primavera con su renacer de esperanza parece haber desaparecido por completo y el invierno da paso al verano sin piedad ninguna, puede que también influya que he estado medio mes de viaje experimentando en Irán mucho más que las cuatro estaciones.
Adentrándome en el bosque de perchas donde cuelgan prendas de ropa de medio mundo, una chaqueta de ese entretiempo ya inexistente, ha aparecido ante mis ojos, con su azul brillante e intenso y su original diseño, siempre llama la atención cada vez que me la pongo.
– “¿Qué chaqueta tan chula? ¿De dónde es?
– Me la compré en Ucrania, en Ivano-Frankivsk”
Hoy al verla se me ha hecho un nudo en el estómago. Recuerdo con todo lujo de detalles la plaza en la que estaba la tienda en la que me la compré y la amabilidad de la dependienta después de probarme mil prendas, los ucranianos siempre me han parecido encantadores y me lo siguen pareciendo. Duros y resilientes como ningunos, a la par que amables y cariñosos.
Era mi tercer viaje a Ucrania, a mi querida Ucrania, un país que me enamoró por completo la primera vez que fui.
Cuando viajo y el flechazo es inevitable siempre digo que volveré, en muchas ocasiones lo hago, en otras, es más una expresión de un deseo que en ocasiones se hace realidad, pero lo verbalizo aun consciente de la dificultad y de que puede que aquel lugar no vuelva a verme de nuevo, ni yo a él. O puede que aquel sitio que yo conocí no vuelva a existir jamás.
No muy lejos del bosque de perchas hay decenas de cajas de zapatos, una de ellas guarda unas preciosas botas, que con su color azul y su peludo rojo tampoco pasan desapercibidas cada vez que calzan mis pies.
-“Qué botas tan bonitas llevas Clara!
– Son de una marca ucraniana, me las compré en Kyiv”
Al abrir la caja de zapatos se me han llenado los ojos de lágrimas.
Era mi primer viaje a Kyiv, aunque mi segundo a Ucrania y desde aquel momento su capital se convirtió en una de mis ciudades favoritas, con sus cúpulas doradas y sus preciosas calles señoriales, es, porque lo sigue siendo, una de las ciudades más bonitas del mundo.
Y lloro, porque Ucrania me duele en lo más profundo, en mi corazón hay un pedazo de Kyiv, de Odesa, de Lviv, de Ivano-Frankivsk, de los Cárpatos y de Crimea. Y también en cada una de ellas hay un pedazo de mi, de lo que fui, de lo que era, de mi yo en el momento en el que las visité y en los momentos compartidos. Todos ellos forman parte de la persona que soy hoy, yo no sería quién soy ahora sin esos tres viajes a Ucrania.
Pero también las conversaciones, con la dueña de aquel restaurante de Ivano cuyas paredes guardaban mil secretos, el abrazo sincero y fuerte del Padre Ivan, la sobrina de Paraska, la poetisa de los Cárpatos, cuyos ojos brillaban al recitar los poemas de su tía. El conductor que me enseñó las fotografías que él y su hijo se hicieron en un Donbass ya en guerra. La sensación mística e indescriptible de presenciar una misa en el Monasterio de las cuevas de Lavra, el pánico al bajar por las escaleras mecánicas de la estación de metro más profunda del mundo, los bailes espontáneos en la plaza de Lviv, la llamada a la oración desde la mezquita de Bajchisarai, los testimonios de los tártaros, bajar las imponentes escaleras Potemkim en Odesa y la tristeza que me invadió en el Cementerio de los Aguiluchos de Lviv, donde reposan los restos mortales de los jóvenes polacos, más bien niños, que murieron en la batalla por defender la ciudad, entre muchos sentimientos y emociones vividas, que ahora eternas, solo existen en mi interior.
Mi Ucrania, la Ucrania que yo conocí ya no existe y todos aquellos que me sonreían amables viven hoy la peor de sus pesadillas.
Viajar te hace consciente de la brevedad de la vida y también de la fragilidad de la paz. De que cada momento que vives es único y no se repetirá jamás, pero se quedará en tu interior creando un vínculo imborrable con el lugar y con aquellos que lo habitan.
Viajar es ver, pero también sentir, abrirse, implicarse y por ello, en ocasiones sufrir, porque viajar, como la vida, cuando la vives intensamente, también duele.
Los daños colaterales de viajar
Viajar no es inocuo, viajar te moja, te cala y te empapa, te abre nuevas realidades, muchas bonitas, sí, pero otras duras, viajar es ver la realidad sin filtros, con todos sus matices, con sus luces y sus sombras, como las que tenemos todos. Y aunque lo más bonito nos enamore, iluminar la oscuridad es lo que nos transforma. Cuando ellos sufren la parte de tu corazón que les pertenece también duele.
Viajar enseña dicen, entre otras cosas enseña que es el azar el que decide nuestra fortuna, donde nacemos, y cuando y donde morimos.
Somos pasajeros de la vida y pasajera es ella misma.
Miro la chaqueta con tristeza pero con gratitud, Ucrania es uno de los tantos regalos que me ha hecho la vida.
Viajar también era esto, “daños colaterales” | Mayo 2022 | Las sandalias de Ulises
Soy Clara, una viajera emocional e intimista.
Cada viaje es un descubrimiento de una parte de mi, conocer otros lugares y culturas ha sido también una forma de conocerme mejor y crecer como persona. ... y cuando vuelves, ves que todo está igual pero tú ya no eres la misma.
También soy comunicadora de viajes en podcast, radio, televisión, charlas, eventos, y he colaborado en diversos proyectos turísticos.
La vida es el auténtico viaje y lo importante es disfrutar de cada etapa del camino, es por ello por lo que Las sandalias de Ulises es un blog de viajes camino a Ítaca.